jueves, junio 29, 2006

La Visita

Un día un joven hombre, Andrés, llega a su casa y le dice a su también joven esposa, Andrea, que lo acompañe a ver a un señor que estaba enfermo. Fueron caminando, de la mano como cualquier pareja de recién casados hasta la casa de este señor. Ese día el señor no se sentía tan mal así es que lo encontraron en el comedor de su casa que se encontraba en el segundo piso, mirando por el ventanal a la gente pasaba.
No era muy alto, además el paseo de su enfermedad lo hacia ver un poco encorvado. Su cabello cada día más blanco estaba perfectamente cortado. Sus ojos se veían cansados y pequeños entre los que se situaba una gran nariz. Sus manos eran grandes, de dedos gruesos y sus pies estaban hinchados, por lo que en vez de zapatos usaba chalas. Vestía camisa manga corta a cuadros y un pantalón de tela café. Clavados en su camisa, en el corazón, portaba 2 pins: la imagen del Padre Pío y la imagen del Padre Hurtado.
Mucha de esta gente que pasaba, al verlo a través del vidrio se alegraba y lo saludaba con la mano, gesto que hacia muy feliz a ese pobre viejo y que respondía sin titubear. Era increíble escuchar a ese hombre enfermo cada vez que alguien lo saludaba desde la calle: “él es tal y tal persona”… “Mira donde va la…”…”Oh!!! Que hacia tiempo que no veía a...”.
Estaba en eso cuando sintió golpear la puerta, aunque ya sabia que venia gente pues desde la ventana veía por la escalera:

-Buenas tardes Don XXXX. ¿Cómo ha estado? ¿Se acuerda de mí?

-¡Pero como no me voy a acordar de ti hombre! Si estoy enfermo pero no tan viejo. ¿Y esta señorita? Buenas tardes señorita…Pasen, pasen.

-Esta es mi mujer pues Don XXXX. Ya llevamos casi un año casados.

-Miiiira tu que bien hombre. ¿Y tus papas como están? ¿Todavía viven en el campo?

-Si pues….Nunca se han querido venir…si por eso no me mandaban a la Escuela de Quebrada Honda.

Acá el joven se da vuelta y le dice a su mujer:

-Don XXXX administraba una barraca cerca de la casa y cuando yo me venia al pueblo, él me traía a mi, y a todos los niños que pillaba en el camino, y nos iba a dejar al colegio. No dejaba a nadie tirado en el camino, a quien le hiciera deo’ le paraba. En la tarde, cuando él iba a buscar a la gente que trabajaba en la barraca nos llevaba de vuelta a nuestras casas. Gracias a Don XXXX pude ir al colegio.

A lo que la esposa responde:

-Mi amor, si yo conozco a este caballero. Él iba todos los veranos al hogar de las monjitas del buen pastor. Llegaba en el camión con galletas, bebidas, helados y cosas para comer durante el día, subía a todas las monjitas y las niñas y nos llevaba a los pozones de quebrada honda o a la playa en pellines. Nos dejaba en la mañana y nos pasaba a recoger en la tarde para llevarnos de nuevo al hogar. Ese paseo una vez al año fueron las únicas vacaciones que yo, y muchas otras niñas, tuvimos cuando chicas.

Al pobre viejo le causo mucha gracia que el joven matrimonio compartiera este extraño vínculo con él: los conoció y ayudo de niños y ellos ahora estaban casados y venían a visitarlo un rato para enterarse de su estado de salud y para acompañar un momento a una persona de la que estaban agradecidas. Luego, siguieron conversando animadamente, durante mucho rato como al viejo le gustaba. Sin embargo, durante la conversación existía una cuarta persona, el nieto mayor del viejo, quien a medida que escuchaba no podía controlar la emoción y orgullo que sentía de tener un abuelo así, al punto de que cuando ya empezaron a hablar de otros temas se fue a su pieza para no quebrarse delante de las visitas.

Andrés y Andrea son nombres que se me ocurrieron pues realmente no recuerdo el nombre de la pareja. Lo que si recuerdo fue la emoción que sentí ese día, emoción y orgullo que siento cada vez que recuerdo esta historia. El señor se llamaba Raúl, y era mi abuelo…y lo extraño mucho.

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